
En la década de los 50, la posguerra provocó una fuerte crisis productiva. Concretamente en los EE. UU. muchos espacios industriales quedaron parados. Almacenes y pequeñas fábricas, que formaban parte del tejido urbano, se reconvirtieron en espacios de vida y creación. Pintores, bailarines, diseñadores o escultores, con un bajo poder adquisitivo, podían disfrutar de espacios amplios y abiertos para desarrollar sus disciplinas artísticas.
El rasgo diferencial de esta nueva forma de vivienda era su sentido del espacio. Ambientes bañados de luz, techos muy altos y espacios totalmente abiertos y diáfanos, arquitectónicamente hablando, acontecían el escenario perfecto para la creación artística. Resultaban ser construcciones heredadas del tejido industrial, sin tabiques divisorios, ideales para conciliar el hogar y el espacio de trabajo en un motivo común.
El epicentro de este movimiento se produjo al neoyorquino barrio del actual Soho, en la isla de Manhattan y se fue extendiendo al resto de las grandes ciudades del mundo. Progresivamente el loft se convirtió en el paradigma contemporáneo de la modernidad y la libertad creativa hasta el día de hoy, en que simboliza un estilo atractivo y diferencial de vida.